En una tarde que ha sacudido a Colombia y al mundo, el senador y precandidato presidencial Miguel Uribe Turbay, del partido Centro Democrático, fue víctima de un atentado en el barrio Modelia, localidad de Fontibón, al occidente de Bogotá. El ataque, perpetrado por un menor de 14 años que actuó como sicario, dejó al político de 39 años en estado crítico, luchando por su vida tras recibir dos disparos en la cabeza y uno en la pierna izquierda. Las imágenes del momento, captadas por celulares y difundidas en redes sociales, muestran a Uribe cayendo desde una tarima mientras hablaba con simpatizantes, con sangre cubriendo su rostro, en un eco inquietante de los magnicidios que marcaron las décadas de 1980 y 1990 en el país.

El incidente ocurrió alrededor de las 5:00 p.m. del sábado, cuando Uribe se despedía de un acto de campaña. Según testigos, el atacante se acercó por la espalda y disparó a quemarropa antes de ser capturado por escoltas y ciudadanos presentes. El senador fue trasladado de urgencia a la Clínica Medicentro, donde fue reanimado tras llegar inconsciente, y posteriormente operado en la Fundación Santa Fe, donde permanece intubado en cuidados intensivos. El último parte médico, emitido a las 9:20 p.m. de ayer, describe su estado como de “máxima gravedad” con pronóstico reservado, tras cirugías neuroquirúrgicas y vasculares. El sicario, herido en una pierna durante su huida, fue detenido y permanece hospitalizado, mientras las autoridades allanan las viviendas de sus familiares para investigar posibles cómplices.

La reacción fue inmediata y transversal. El presidente Gustavo Petro canceló su viaje a Francia para liderar una reunión de seguridad, condenando el atentado con un mensaje en X que vinculó el ataque a las “mafias de la tierra” y expresó solidaridad con la familia Uribe-Turbay, evocando el asesinato de la madre del senador, la periodista Diana Turbay, en 1991 por el Cártel de Medellín. Figuras políticas de todos los espectros, desde María Fernanda Cabal hasta Juan Manuel Santos, rechazaron el acto, mientras que líderes internacionales como la primera ministra de Italia, Giorgia Meloni, y el presidente de Chile, Gabriel Boric, expresaron su condena. El ministro de Defensa, Pedro Sánchez, ofreció una recompensa de 3,000 millones de pesos (unos 728,000 dólares) por información que esclarezca el caso, y la Fiscalía ha desplegado más de 100 investigadores.

Uribe, nieto del expresidente Julio César Turbay Ayala y miembro de la oposición al gobierno de Petro, había anunciado su candidatura presidencial en octubre de 2024, centrándose en seguridad y libre empresa. Su linaje y su crítica constante al Ejecutivo, especialmente tras polémicas recientes sobre una consulta popular para una reforma laboral, lo convierten en un símbolo de la derecha colombiana, lo que ha alimentado especulaciones sobre motivaciones políticas detrás del atentado.

Análisis: Consecuencias Geopolíticas de un Acto que Resucita Fantasmas

El atentado contra Miguel Uribe no es solo un golpe a la democracia colombiana, sino un evento con potenciales repercusiones geopolíticas que podrían reconfigurar las dinámicas regionales y globales. Si bien es prematuro atribuir responsabilidades sin evidencia concluyente, el contexto político y las reacciones iniciales ofrecen pistas sobre las posibles ondas expansivas.

1. Inestabilidad interna y credibilidad democrática

El ataque revive el espectro de la violencia política que marcó a Colombia en los años 80 y 90, cuando candidatos como Luis Carlos Galán y Carlos Pizarro fueron asesinados. Este precedente históricco sugiere que el atentado podría erosionar la confianza en las instituciones colombianas, especialmente en un año preelectoral que culminará en las presidenciales de mayo de 2026. La oposición, liderada por el Centro Democrático, ya acusa al gobierno de Petro de crear un “ambiente de odio” que habría facilitado el ataque, una narrativa que podría amplificarse si Uribe no sobrevive. Esto podría deslegitimar al Ejecutivo ante la comunidad internacional, particularmente en organismos como la OEA, que ya vigilan la polarización en el país.

2. Tensiones con Venezuela y el eje bolivariano

Algunos sectores, incluidos posts encontrados en X, especulan sobre una posible vinculación con el régimen de Nicolás Maduro, acusándolo de desestabilizar Colombia para proteger sus intereses. Aunque carece de pruebas verificables, esta teoría se nutre de las tensiones históricas entre Bogotá y Caracas, exacerbadas por la migración venezolana y las acusaciones mutuas de apoyo a grupos armados. Si se confirma una conexión externa, podría justificar una escalada militar o diplomática, alineando a Colombia más estrechamente con EE.UU. y sus aliados en la región, como Brasil y Chile, contra el eje bolivariano (Venezuela, Cuba, Nicaragua). Esto podría reavivar el debate sobre una “OTAN asiática” propuesta por el primer ministro japonés Shigeru Ishiba, adaptada a América Latina, fortaleciendo la postura anti-China en el hemisferio.

3. Impacto en las relaciones con EE.UU. y Europa

La condena internacional, incluyendo la de Italia y Chile, subraya el interés global en la estabilidad colombiana, un aliado clave de EE.UU. en la lucha antidrogas y un socio comercial importante para la Unión Europea. Un deterioro de la seguridad podría llevar a EE.UU. a aumentar su apoyo militar, como ocurrió durante el Plan Colombia, reorientando recursos hacia América Latina en un momento en que su atención está en el Indo-Pacífico. Para Europa, el atentado podría presionar a la UE a endurecer sanciones contra actores no estatales en Colombia, especialmente si se vinculan a redes transnacionales de narcotráfico, afectando las relaciones comerciales con el bloque.

4. Riesgo de escalada interna y efecto dominó regional

La polarización entre el gobierno de Petro y la oposición podría intensificarse, llevando a protestas o incluso disturbios si el atentado se percibe como un fracaso del Estado. Esto podría inspirar a grupos disidentes en otros países, como Ecuador o Perú, donde la violencia política también ha resurgido, creando un efecto dominó de inestabilidad en la región. Además, la narrativa de un “regreso a los años oscuros” podría alienar a inversores extranjeros, golpeando la economía colombiana, que ya enfrenta una inflación del 18.3% proyectada y una devaluación del peso (1 USD = 1,138 ARS).

5. Cuestionamiento del liderazgo de Petro

El presidente Petro enfrenta un dilema crítico. Su comentario sobre las “mafias de la tierra” y las amenazas a su familia sugieren que podría usar el atentado para consolidar su narrativa de víctima, pero también lo expone a críticas por no garantizar la seguridad de sus opositores. Si la investigación apunta a fallos en el esquema de protección de Uribe, proporcionado por la Unidad Nacional de Protección (UNP), la credibilidad de Petro podría colapsar, abriendo la puerta a una intervención internacional o a presiones de la oposición para un cambio de rumbo.

Perspectiva crítica

Aunque las reacciones iniciales apuntan a un acto de violencia política, la falta de evidencia concreta sobre los autores intelectuales invita a la cautela. Atribuir el atentado a motivaciones geopolíticas sin pruebas podría ser una simplificación interesada, usada por unos para deslegitimar a Petro y por otros para justificar agendas externas. La historia de Colombia sugiere que los atentados políticos a menudo tienen raíces internas (narcotráfico, disputas locales), más que conspiraciones transnacionales. Sin embargo, en un mundo interconectado, la percepción internacional del evento podría tener un peso mayor que la realidad subyacente, amplificando su impacto geopolítico.

Un País en Vigilia

Afuera de la Fundación Santa Fe, cientos de ciudadanos se reunieron para una “velatón”, rezando por la recuperación de Uribe y exigiendo justicia. Mientras las autoridades investigan, Colombia retiene el aliento, consciente de que este atentado no solo pone en riesgo una vida, sino el frágil equilibrio de su democracia y su posición en el tablero global. Las próximas horas serán decisivas, no solo para el senador, sino para el futuro de una nación que no puede permitirse volver a sus días más oscuros.